Hace tiempo que no hablamos de la parte más expresiva del idioma: el gatuperio de los vituperios. El capítulo de los insultos se mezcla con el de los tacos. El intríngulis está en que, por definición, la palabra soez no debe pronunciarse, pero esa misma prohibición proporciona un desahogo extraordinario cuando esa palabra se emite. Una salida del laberinto es inventarse nuevas interjecciones que parezcan maldiciones pero que no lo son.
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