Yo, que he sido (¡y soy!) antizapaterista acérrimo, me revuelvo ahora cuando Rajoy se escuda en la herencia de ZP. Una herencia nefasta, naturalmente: pero el marrón que nos estamos comiendo contiene ya sustanciosos elementos rajoyanos. Su precipitado de incompetencia y contumacia aroma ya el pastel. Confieso que me he llevado una sorpresa. Era difícil ser un presidente tan malo y Rajoy lo ha logrado. Pero lo más alucinante ha sido la velocidad: prueba de que no se ha tratado de un proceso, sino de un simple quedarse en bolas.
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