Hace más de 350 años, Carlos I de Inglaterra y Escocia fue acusado de "tirano, traidor, asesino y enemigo público e implacable de la Commonwealth de Inglaterra". Costó sentar al monarca en el banquillo, ni parlamentarios ni jueces estaban por la labor, pero al final se consiguió. Durante el juicio, el rey Carlos renunció a su defensa, alegando que no reconocía la autoridad de los magistrados ni la validez del proceso. Cuando el veredicto le sentenció a muerte, fue entonces cuando el monarca comenzó a defenderse, pero ya era demasiado tarde.
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