En plena noche se oyen ruidos como de un monedero desparramado. La mujer de Ángel padece de las piernas y ante un ataque no podría salir corriendo. Ambos duermen en las habitaciones privadas del mesón El Pradón, donde también tienen instalada su vivienda. Ángel se asoma y ve tres siluetas robando la recaudación de las tragaperras. No puede llamar a la Policía, en esa parte no hay cobertura. Vuelve a su cuarto, coge una de sus escopetas de caza, traspasa el recinto privado del local y grita: «¡Alto! ¡Alto o disparo!».
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