Resulta asombroso que las dos actrices del siglo XX cuya imagen se convirtió en icónica casi desde el inicio de su carrera sean tan diferentes en cuerpo y en alma. Marilyn Monroe y Audrey Hepburn: la carne y el hueso, la sexualidad evidente y la elegancia, el descaro y el pudor, el desasosiego interior y la serenidad. No se puede hablar de Hepburn sin contemplar su infancia y su juventud, porque es ahí donde encontramos las claves para interpretar una sensibilidad que emanaba de los sinsabores a los que la vida la sometió desde muy niña.
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