El sandinismo fue un movimiento popular que acabó con la tiranía de Somoza, que había hecho de Nicaragua su finca privada; y su triunfo, aunque no sin algún forcejeo autoritario, permitió el advenimiento de la democracia, consagrada por su propia derrota en las elecciones de 1990. Hoy, un movimiento que se sigue llamando sandinista y dirige uno de sus fundadores, el presidente Daniel Ortega, está conduciendo el país hacia un neosomocismo, hecho de arbitrariedad, abuso de poder y corrupción.
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