Sin Libertad política colectiva no se puede ser ni estar en la vida pública, reducida por el Estado de partidos a la mera y frustrante contemplación del desastre político y social o, lo que es peor, a la pueril indignidad de formar voluntariamente parte de uno de los regimientos, dentro de los cuales unos votantes serviles han decidido marcar el paso y seguir a sus falsos y traidores líderes ‒que siguen su propio y egótico camino‒, los jefes de los partidos.
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