Si el marqués de Villena, Felipe V y demás ilustres figuras promotoras de la RAE levantasen la cabeza, se la golpearían insistentemente contra la pared al ver el camino que ha tomado. Del maravilloso limpia, fija y da esplendor se ha pasado a una aberrante tendencia a la simplificación que va contra todos los principios fundacionales y fundamentales de la institución: fijar la lengua en el estado de plenitud alcanzado en el siglo XVI, o al menos intentarlo protegiéndola de todos los agentes externos que la afectan.
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