Si el mercado de audio profesional para ordenadores en los 80 y 90 era una casa de putas, el mercado de consumo no fue menos. Cada arquitectura montaba un sistema distinto, cada uno con sus más y sus menos. ¿Y qué decir del PC de IBM? Su configuración base era peor que lamentable. Afortunadamente contaba con unas capacidades de expansión más que destacables, y el éxito en el área de negocios favoreció su propagación al mundo lúdico. De aquella capacidad surgieron una familia de tarjetas de sonido llamada Sound Blaster.
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