Fue en Holanda, pueblo de avispados comerciantes, donde la burbuja de tulipanes se infló. Luego vendrían otras, como la inmobiliaria española, que acaba de reventarnos en las narices. La burbuja pasó, los tulipanes volvieron a adornar los jardines, y Holanda tuvo que purgar la mala inversión que sus habitantes habían hecho. Nadie rescató a los que plantaban y vendían tulipanes: quebraron y liberaron recursos que fueron a otros sectores, como el del comercio ultramarino, que hacia 1650 se convirtió en el nuevo El Dorado de los neerlandeses.