Aunque camina, respira y conversa, Dimitri Azebaze lleva cinco años muerto. Lo dice él mismo cuando los fantasmas de su terrorífica huida inundan con lágrimas su rostro. Nadie lo diría tras intercambiar saludos con este camerunés de 30 años, afincado desde hace más de tres en Pamplona e integrado plenamente en el tejido social y cultural de la capital. Aquí es vendedor de productos cosméticos, autor, director y actor de teatro, escritor y hasta rey mago, pero detrás de esa fachada se esconde otra historia, el relato de un técnico informático qu
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