En la tribuna G3 del circuito de Valencia soportaba algo mucho peor que un sol de justicia sin una mísera sombra bajo la que resguardarse. Ese algo peor era, obviamente, la perspectiva cada vez más real vuelta a vuelta, de que me había marcado el palizón de ir a la ciudad de las fallas – y arrastrar a lanavaja en mi insensato periplo – para ver una autoritaria victoria del Mierda en el suelo patrio.
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