En la Zaragoza que estaba a punto de inaugurar la Exposición Hispano-francesa, en marzo de 1908, un loco empezó a sembrar el terror en las calles. Su obsesión era arrojar gente al agua. Prefería actuar junto a la acequia de San José, pero se movía por toda la ciudad. El ‘loco’ mantuvo en vilo a los zaragozanos durante varios días. Había miedo, mucho miedo.
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