En los últimos días de la Unión Soviética, pasé mucho tiempo en un complejo de torres de apartamentos situado junto al río Moscova, buscando respuesta a una pregunta que me parecía fundamental sobre el futuro de nuestro adversario durante la guerra fría: ¿Podría Rusia cultivar una auténtica clase media? No una clase privilegiada, formada por protegidos del Estado, sino una capa de emprendedores independientes que se convirtieran en el motor y la prueba del ascenso social
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