Ahora que Ciudad Real huele a queroseno, a arena de bunker y a casino de Las Vegas me doy cuenta de cómo pasa el tiempo. Obnubilados por el perfume de la modernidad viajamos a hacia nuestro particular Canaán: empleo por leche y progreso por miel, y el pueblo elegido bailando al son de un becerro de oro descojonado.
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