Los huesos de ladrillo de, llamémosle, la Marina d’Or manchega blanquean al sol, fracturando la armonía de las bellas dehesas de Villamayor de Calatrava. Parecen los despojos de un pueblo encantado que ogros gamberros hubieran destrozado a patadas, o el barrio arrasado de una ficción post nuclear. Pero este largo manchurrón de construcciones a medio terminar es tan real como la vida misma: ahí está, entre Ciudad Real y Puertollano, junto a la vía de Alta Velocidad Madrid-Málaga, a orillas de la carretera N-420 y de la autovía A-41; a escasos di
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