Una frase jamás pronunciada. Aunque vivamos en la sociedad del mínimo esfuerzo, nadie desea tirarse sobre cartones. Un día se acomoda uno en un banco y siente que la muerte le sube por las piernas y las brumas le invaden la cabeza. Le vence el cansancio. Cierra un ojo. Luego el otro. Y acaba tumbándose. Así se empieza. Supongo yo.
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