El latigazo de la memoria vuelve a flagelar su propia espalda cuando recuerda su paso por la dirección del Instituto Cervantes de Nueva York. “Me tocaba encontrarme con ellos”, dice de los políticos que llegaban a la ciudad en “los años del delirio” para vender su comunidad autónoma. Eran los nuevos conquistadores, bronceados, haciendo el paseíllo de paelleras y chistorras, de perritos falderos y lameculos insolentes que alquilaban los salones más caros del Waldorf Astoria o del Metropolitan Club para la presentación de una marca de aceite...
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