Hubo un tiempo donde todos los capítulos de Los Simpson condenaban a Bart a rotular «No eructaré el himno nacional» sobre una pizarra y todas las cadenas de televisión consideraban que respetar el orden de emisión de una serie era una costumbre irritante. Una época preinternet oscura donde el público se acostumbró a los bailes de horarios, las emisiones de especiales navideños en pleno agosto o que se salteasen temporadas hasta que el espectador despistado cuestionase los desequilibrios hormonales de unos actores que envejecían y rejuvenecían
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