Responsabilizar a los mercados de la quiebra de Grecia o de la caída de Berlusconi es como culpar a la ley de la gravedad de la muerte de un niño que se cayó desde el cuarto piso. El mercado no es un juez inapelable y sin sentimientos: solo un mecanismo que separa lo eficiente de lo ineficiente, del mismo modo que viento separa el grano de la paja.
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