Lo que sí tenía Might and Magic era la cualidad de ser divertido. Jon Van Caneghem, el líder de la serie, era un jugador compulsivo de toda la vida, y llenó sus creaciones con las cosas que él mismo disfrutaba: misiones que cumplir, mazmorras que explorar, botines que recoger y una absurda variedad de monstruos con los que luchar, todo ello dentro de una filosofía de juego no lineal y abierta que evitaba el tipo de tramas (¿excesivamente?) elaboradas que habían empezado a marcar a muchos de sus compañeros de la serie a principios de los 90s.
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