Miguel Delibes seguía contando a su hijo Adolfo cuál había sido el momento más feliz de su vida. Acababa de engullir un bocadillo de chorizo, tras subir un puerto de montaña, y la carretera se abría ante él. Delibes empezó a pedalear cuesta abajo, dejándose llevar, sintiendo el viento en la frente y abrió los brazos para gritar. “Soy el hombre más feliz del mundo”, dijo. A pie de puerto le esperaba su novia, Ángeles, el amor de su vida.
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