La propietaria del animal, Sarah Knutton, testificó que oyó un "chirrido horrendo". Gina Robins, la acusada, ha rechazado todos los cargos y dice que fueron los otros gatos los que metieron en el microondas al fallecido. Los forenses determinaron que el gato sufrió durante los instantes previos a su muerte, que las orejas y las patas (donde no hay pelo) se habían quedado enrojecidas y tenía las uñas apretadas por el esfuerzo.
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