No soy ni una prostituta feliz ni una triste stripper. No tengo un novio en la cárcel, no tengo hijos ni soy adicta a las drogas. Soy escritora, profesora y stripper. Si 10.000 horas fichadas como stripper me hacen una experta, entonces soy la mejor. Hace veintidós años seguí a una amiga a uno de los más antiguos y sórdidos clubes de Tenderloin, San Francisco, porque parecía un trabajo interesante que podría ofrecer un alivio financiero y empoderamiento sexual.
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