El Papa, entre carcajadas, metió la mano en el cofre y sacó un puñado de monedas que entregó a Bramante. Después de los oportunos agradecimientos y parabienes se despidieron. Ya en la calle, Bramante le preguntó a su hijo por qué no había cogido las monedas… La mano del Papa es mucho más grande que la mía, así te ha dado más monedas que si hubiese cogido yo el puñado.
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