Sucede que, además de los videojuegos, los códigos controlan aviones, trenes, semáforos, redes de electricidad, cuentas bancarias, centrales nucleares, robots, telecomunicaciones, inversiones en bolsa… Así que los fallos de software pueden acabar costando mucho dinero (suponen un gasto del 0.6% del producto interior bruto en Estados Unidos) y, a veces, también vidas.
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