Si has ido alguna vez a un concierto de música clásica habrás observado un extraño ritual: cuando se produce un silencio entre dos piezas un sector del público duda entre aplaudir o no. Cuando otro sector más decidido se arranca en el aplauso se generaliza la ovación. De vez en cuando, algún melómano demasiado entusiasta aplaude cuando no debe (entre dos movimientos o al final de un solo) y es severamente reprendido por el resto.
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