Si lo escribo, puedo ser un demagogo; pero si no lo escribo, reviento, y prefiero no reventar. Lo más deprimente del día de ayer no es que los estudiantes hayan cortado carreteras. Tampoco que Mariano Rajoy anuncie más sacrificios. Ni siquiera que hayan aparecido voces que, amparadas en las cuentas del desastre, empiezan a pedir la reforma del Estado de las autonomías, que suele ser el prólogo para pedir su desaparición. Lo más deprimente fue abrir los periódicos y descubrir este retrato del país: mientras el presidente de Cantabria decía la...
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