No es extraño que los contrayentes, especialmente las contrayentes, llegaran al condumio sin saber muy bien si aquello iba de follar o de jugar el parchís: el hijo de Luis XV, cuando se casó con una hija de Felipe V de España y de Isabel de Farnesio, pasó varios días tras el matrimonio, convencido de que todo lo que tenía que hacer para preñar a su mujer era besarla y abrazarla (indiscreción que le revela la Farnesio a su hijo Felipe, entonces en Italia, en una carta de 10 de marzo de 1746; misiva que tampoco tiene desperdicio).
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