En su despacho del Congreso de los Diputados hay un enorme retrato de Tomás Moro, santo al que Juan Pablo II pedía que se encomendaran los políticos para obtener fortaleza, paciencia, perseverancia y buen humor. De esto último anda sobrado Fernandez Díaz, a pesar de su seriedad. Los que le conocen bien dicen que nada tiene que ver el Jorge de “ahora” con el de “antes”. Él habla de conversión.
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