Se trata de una situación, por desgracia, común: un bebé ingresa en el hospital con convulsiones, vómitos, irritabilidad y letargo. No presenta lesiones evidentes y su madre no acierta a explicar los síntomas del niño. El médico que lo explora puede pensar que el bebé tiene un virus. Pero un examen más riguroso puede mostrar pistas sutiles que señalan lesiones ocultas, como cardenales, hemorragias retinales o fracturas de las costillas u otros huesos.
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