El día que mi padre compró un lobo yo tenía cuatro años. Pusimos al cachorro el nombre de Dusty y le preparamos una jaula al final de la cancha de baloncesto, frente al garaje. Llevábamos una vida de lo más estrafalaria para los estándares de Pittsburgh: mi padre tenía 8.000 metros cuadrados de tierras y seis huskies, y su mayor afición eran las carreras de trineos. Solía participar en las competiciones del área triestatal de Pennsylvania y, a medida que mis hermanos y yo nos hacíamos mayores, compraba más perros y organizaba nuestras vidas.
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