Cuando mi padre perdió la memoria todo se volvió nuevo para él. A menudo se olvidaba de cómo se sienta uno en una silla, así que la ponía del revés, lo cual tiene mucho más sentido, claro. Las alfombras ya no servían para decorar o cubrir el suelo, sino que se convirtieron en laberintos que podía recorrer de puntillas, sin salirse de las rayas. La respuesta a un teléfono sonando era, por lógica pura, gritar.
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