Alguien, preferentemente de su propio partido, debería pararle los pies al tiranuelo riojano Pedro Sanz. Antes de que sea tarde, si no lo es ya, que tiene toda la pinta. Su obsesión antivasca, que en su absoluta ineptitud política, es también la forma ramplona que ha encontrado para perpetuarse como mandarín de su taifa, está llegando demasiado lejos. El otro día estuvo a punto de costarle un dedo a una ciudadana cuya culpa consistía en estar censada en la parte de la raya de los que han sido desposeídos del derecho.
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