Salvo en España y acaso Portugal, lo de comer o cenar fuera constituye un lujo que nuestros vecinos europeos practican con mucho más espaciados intervalos. Y es un lujo porque, como sabe cualquiera que cruce nuestras fronteras, resulta mucho más caro que aquí. Y la razón de que resulte mucho más caro se antoja simple, a saber: un camarero francés, suizo, alemán o sueco, tanto da, gana mucho más que sus colegas españoles trabajando lo mismo. Gana más y, claro, también cotiza más.
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