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¡Pobre opositor! (Reflexión)

Eran las 5 de la tarde, hora taurina en la que los toros se encaminan inevitablemente hacia una muerte cierta, cuando el opositor, entre miles de almas congregadas bajo un sol cegador, esperaba oir su nombre para entrar a descargar los inútiles y vastos conocimientos adquiridos sobre una hoja de papel. La letanía de apellido, nombre, apellido, nombre, apellido, nombre… iba meciéndole, al tiempo que su mano sujetaba su DNI como si en ese trozo de plástico estuviera la respuesta a sus desvelos.

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