Siempre me ha parecido un poco extraña la obsesión nacional con Esperanza Aguirre. La ya ex-presidenta siempre ha despertado un odio desaforado en amplios sectores de la izquierda, que la veían como una especie de genio del mal que comía tiernos bebés para desayunar, y una esperpéntica adoración en gran parte de la derecha, que la veían poco menos como el alma gemela de Margaret Thatcher en España. Aguirre es una señora muy maja no demasiado brillante, pero con una capacidad sorprendente para estar en el sitio adecuado en el momento preciso...
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