En verano de 2014, Keurig lanzaba al mercado una segunda edición de su cafetera con cápsulas. Hasta aquí todo normal pero con el tiempo se descubrió algo que no gustó a los consumidores de café: había un sistema DRM que impedía el uso de otras cápsulas a través de un lector de luz ultravioleta y un adhesivo que verificaba que era de esta marca.
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