La carambola es que Alfred Nobel tuvo una experiencia muy poco común: presenciar el día después de su funeral. En 1888 Alfred vivía en París cuando falleció su hermano mayor, Ludwig Nobel. Algunos periódicos franceses se confundieron de Nobel y aprovecharon para ajustar cuentas: 'El mercader de la muerte ha muerto', tituló un diario francés. Pero Alfred no había muerto aún, así que decidió cambiar el recuerdo que los siglos tuviesen de él mediante un enorme acto de generosidad. Y así se decidió a crear los premios que llevan su nombre.
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