Todo ese pasillo era una oda a la ciencia. El astrolabio de Arsenius, las calculadoras de Pascal, el gasómetro de Lavoisier, el experimento de Foucault para medir la velocidad de la luz… Todos eran objetos excepcionales. Pero de todas esas joyas mis ojos quedaron atrapados por un objeto en concreto: el ciclotrón. No cualquier ciclotrón, no: el primer ciclotrón europeo.
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