Los líderes europeos pusieron ayer toda la carne en el asador para resolver la crisis de la zona euro. Por una parte, era urgente concretar el plan de rescate para Grecia. Por otra, había que evitar el contagio de las turbulencias a España e Italia. La intención está clara, pero el efecto no tanto. Los analistas están divididos en su acogida y los hay que avistan un importante riesgo: el BCE.
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