Como en todos los órdenes de la vida, hay programadores regulares, buenos y malos. Entre los buenos los hay muy buenos, extraordinarios y lo que yo llamo «programadores de otra dimensión». Son esas figuras que por su talento están a kilómetros de distancia de sus iguales, que pueden realizar tareas aparentemente sobrehumanas o hacerlo con un nivel de velocidad, calidad y «capacidad de resolver» sencillamente inigualable. Una vez me contaron una historia sobre uno de estos genios. Sucedió en una compañía de tecnología que llevaba varios meses...
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