Tenía que pasar antes o después. En la escalada de la represión contra internet ya se había hecho de todo: responsabilizar al titular de un blog por comentarios ajenos, perseguir a empresas de alojamiento, criminalizar los enlaces, bloquear sistemas de pago y publicidad... Leyes como HADOPI, ACTA o la española Ley Sinde-Wert iban dibujando un panorama cada vez más restrictivo hacia las libertades en la red. Así que era previsible que se llegase al punto clave, el origen de todos los males: nuestros ojos y nuestro cerebro.
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