Alberto Garzón futuro ministro de economía de Podemos, quiere prohibir la prostitución. A pesar de la interpretación de los camaradas de Menéame, este señor habla de abolir la prostitución a base de palos desde el modelo sueco que multa a los consumidores y persigue a los empresarios que se sirven de las prostitutas, pero sin penalizarlas a ellas y empujándolas hacia otros ámbitos. Cierto que no prohíbe la prostitución, podríamos ejercerla, pero estaría prohibido comerciar con ella a una de las partes, lo que es indistinguible de la prohibición. Marear con terminología no tiene sentido.
Tratar de prohibir toda la prostitución nos va a meter en más líos de los que se puedan resolver, porque hay prostitutas para las que su trabajo no es tan penoso como ser cajera de supermercado, por ejemplo una hetaira que tenga una cartera de clientes pequeña a los que les cobra tarifas dignas, mientras otras han elegido que más o menos un sólo cliente las consuma a largo plazo, porque es un tipo opulento, no es problemático y les arregla la vida. Para corregir la situación precaria de un grupo no podemos acabar con la libertad de todos de utilizar el sexo como empresa, porque entonces no sólo habría que abolir la prostitución, también el matrimonio.
Pero la prostitución no es un trabajo como cualquier otro, anda por medio el sexo, y el sexo es poderoso en nuestras vidas. Manipulados por esta pulsión llegamos a cometer actos lamentables, como pagar fantas o casarnos, pero aborrecemos convertirlo en un trabajo, o peor, en un trabajo que implique una manipulación en cadena de cuerpos. Necesitamos una esfera de intimidad más o menos regular en el tiempo por lo que tenemos aversión a convertir nuestras relaciones en una actividad obreril. No sentimos aversión en el sentido de aborrecer levantar bloques de veinte toneladas para erigir una pirámide, sino en el sentido de odiar meternos a limpiar un tanque lleno de plutonio-239. Necesitamos contar con capacidad y tiempo para elegir y controlar nuestras relaciones sexuales, ya que implican a dos ecologías colisionando y transfiriéndose millones de pequeños organismos que pueden originar un montón de sucesos indeseables. Frotarnos contra otras personas ha supuesto a lo largo de la historia de nuestra especie riesgos y aventuras mortales y todo esto con el tiempo ha generado que tengamos sentimientos profundos, íntimos e inquietantes al respecto. Se entienden de esa forma las tradiciones, los rituales, los tabús y la moral que media poniendo barreras para obstaculizar y canalizar la pulsión para que de alguna manera no nos dañe, costumbres que una vez llegados a cierto punto de civilización, también nos complican la vida, y las leyes. Estas costumbres afectan a su vez a las clases más humildes y atrasadas, que son, por lo común, las que más se prostituyen. Por eso la gente que se prostituye en parques y burdeles es, en relación a toda la sociedad, una minoría de gente con problemas (si bien son la mayoría de las prostitutas), y en este sentido la prostitución, como manipulación mcdonaldiana de cuerpos, es una parafilia muy rara entre las personas que disfrutan de verdadera autonomía, desde luego es tolerable en esas excepciones, pero no extendida a todo el precariado como una forma normalizada de subsistencia.
Por otro lado, no prohibir la prostitución y legalizarla tampoco equivale a no prohibir. Si la vamos a regular como trabajo y producto de consumo quiere decir que tenemos que demarcar cómo debe hacerse correctamente. Nosotros, como una verdura o cualquier artículo, debemos consumirnos asegurando nuestra salubridad, es decir protegiendo nuestra vida y la de los demás, y también nuestra libertad (en ésto último diferimos de un simple tomate). Sólo podemos prostituirnos si somos libres y no vamos a dañar con ello al resto favoreciendo epidemias u otras calamidades. De modo que hay que poner límites y prohibiciones, por ejemplo no esconder ETS, no ser menor de edad o no prostituirnos forzados por alguien o por las circunstancias.
Para asegurar la vida y la libertad, siempre nos vamos a ver moralizando, prohibiendo cosas y penalizando a alguien. Lo que habría que hacer es regular la prostitución para que nos podamos prostituir con libertad, es decir contando con margen para elegir a los clientes en función de nuestros caprichos y no impelidos por necesidades básicas acuciantes. No deberíamos prostituirnos porque no veamos otra salida para sobrevivir, sino porque queremos comprarnos un nuevo Ipon aun teniendo dinero de sobra para adquirir tabléfonos chinos mucho más baratos e igual de dignos. Si la prostitución es un medio para conseguir recursos que aseguren nuestra subsistencia entonces no somos libres y por tanto quedaríamos apartados de la legalidad, situación que se podría revertir fácilmente poniéndonos una renta básica que nos asegure la subsistencia, por lo menos hasta alcanzar el nivel de las hetairas, con lo que ya podríamos volver a prostituirnos legalmente.