Estudios recientes realizados en ratones han descubierto que el cerebro es capaz de redirigir él mismo el flujo sanguíneo a través de unos bucles, permitiendo salvar las neuronas del área afectada en caso de íctus. Para activar este mecanismo, tan sólo hace falta acariciarles los bigotes o ponerles un ruido blanco durante los primeros momentos de sufrir el infarto cerebral. ¿Podrían las caricias en labios, cara y dedos y la música tener el mismo efecto en humanos?
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