Recuerdo la primera vez que vi la Venus azul de Yves Klein. Fue en mi ciudad, Coruña, en 2006, cuando acompañaba a mi hermano a ver la exposición Sin título sobre Arte del siglo XX en la Colección Berardo. Lo recuerdo perfectamente porque ese día, gracias a mi hermano, aprendí a mirar con los ojos adecuados y con la madurez requerida todas esas obras de vanguardia que me eran tan familiares y a la vez tan ajenas.
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