La cocaína circula en platos servidos por mujeres desnudas. Sobre tacones de diez centímetros, ellas la ofrecen a los invitados mientras bailan sin sincronía alrededor de una piscina. Algunos rozan sus senos con armas, otros esnifan. Todos flotan en la fiesta demoníaca, pero el capo mafia necesita algo más de magia. «Para la próxima contraten al manco ese de los naipes», exige a sus hombres mientras besa alternadamente a dos chicas salpicadas por esa nieve blanca.
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