Si el cabreo tuviera consecuencias políticas, la revolución habría estallado en España hace tiempo. En mayor o menor medida todo el mundo está cabreado, disgustado, irritado con la situación, aunque en cuantía insuficiente. Nos manifestamos con cierta frecuencia y por parcelas, y todo lo fiamos a elecciones venideras, de las que por otra parte nada esperamos.
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