Llevarse la comida al trabajo es un gesto cada vez más habitual. A veces basta con mirar alrededor en los transportes públicos para ver a un montón de gente con bolsas y pequeñas maletas que esconden en su interior recipientes de plástico. Unos más coloridos, otros más herméticos, otros más resistentes... La crisis ha puesto de moda los tuppers que antaño dormitaban en las estanterías de las cocinas esperando ser congelados con algo dentro. Pero ¿vale cualquier cosa para llevarse los macarrones a la oficina? Pues parece ser que no.
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