Todos sabemos que no hay que meter cosas en el oído. Y seguro que todos alguna vez os los habéis limpiado con un bastoncillo de algodón. Puede que, en vuestro afán por quitar hasta el último resto de cera, hayáis seguido hurgando más y más dentro hasta que, de repente, ¡os da un acceso de tos! Tjó, tjó ¿Pero por qué pasa esto, si el oído no es la garganta?
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